Centenares de potosinos entran y salen del panteón, para el mediodía las calles están ya atestadas. Llevan flores, ofrendas, algunos traen botes de agua para lavar la lápida de su difunto. También hay señalética, quienes cuidan y dan mantenimiento al cementerio han intentado guardar el orden, la calma; todo transcurre con alegría y aunque hay montones que van y vienen, no hay tensión.
Las familias atienden a su difunto, siguen llevando ofrendas. Una visita a la tumba de Salvador Nava permite observar que le han llevado flores, a comparación de otros potosinos distinguidos que yacen ahí, bajo tierra, la de Nava tiene una afluencia más bien discreta, pero no olvidada.
Las puertas del Panteón siguen abiertas a la gente que no cesa de llegar, a las afueras los puestos de comida se atiborran, los de flores más. Así, con un ligero aire común de otoño, se desarrolla el festejo, después todo cerrará y barrerán los residuos de la celebración, los muertos volverán a la tumba y esperarán hasta el siguiente año.
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